RESISTENCIA AL CAMBIO, IMPOSTURA Y POSTUREO
Compruebo
con satisfacción cómo con el transcurso de los días nuestro módulo de gestión
va pasando del nivel macro al micro. Cómo, poco a poco, vamos desmenuzando
todas las farragosas teorías organizativas en recetas de andar por casa: algo
así como harían los más renombrados chefs
con los platos más enjundiosos hasta transformarlos en sabores básicos deconstruidos. (mi homenaje personal para
nuestro crítico gastronómico favorito: Raimundo).
Y al recordar su estupenda
presentación reparo en algo que ha sido esencial en el proceso de convergencia hacia
unos servicios unificados de Anatomía Patológica en el nuevo hospital del PTS y
que tan bien ha gestionado: cómo afrontar el cambio y, más concretamente, cómo afrontar la
resistencia al cambio.
“Cambio”. “Salud en cambio”. “Gestión
del cambio”. “Resistencia al cambio”. Algunas palabras de tanto uso y abuso
pierden su valor, su capacidad de movilizarnos, de cuestionarnos. Pocas tan
recurrentes como “cambio” en la gestión de las organizaciones y una de las más
desvirtuadas, vacías de contenido en todos los ámbitos. Machaconamente se nos
exige cambiar continuamente y así, como quien no quiere la cosa, lo expresamos
reiteradamente: en los propósitos de Año Nuevo, en las promesas a nuestra
pareja, en nuestro diálogo interno ante algunas pequeñas faltas cotidianas… No
hay slogan más repetido y más
devaluado. Pero, ¿realmente queremos cambiar?
Es evidente que nadie cambia si no es por necesidad: “A la fuerza,
ahorcan”. Y nadie sale de su zona de
confort[i] si no
es obligado por una circunstancia inexcusable. En las organizaciones pasa
igual. Es el “renovarse o morir”. Aunque existen múltiples técnicas de afrontamiento
de las resistencias que el cambio provoca en las organizaciones (muy bien
descritas por Neider y Zimmerman[ii] en
la Universidad de Bremen en su famosa “Pirámide de Resistencias al Cambio”),
sin una interiorización individual y personal éste no tendrá lugar o será
meramente efímero. Comunicar y formar (frente al “no sabe”), desarrollar
competencias y recursos (frente al “no puede”) y motivar con liderazgo, diseño
y cultura (frente al “no quiere”) serán las armas del proceso del cambio, que
quizá en manos de un buen gestor logren el milagro.
Nuestro héroe (el gestor de marras) también se encontrará
con todo tipo de personas en este recorrido. Dependiendo del grado de compromiso
con el cambio y de la energía para la acción, contará con la inestimable ayuda
de los “campeones” (con gran
compromiso y mucha energía) y tendrá que reconducir a “predicadores” (mucho compromiso pero poca acción), “adormecidos” (poco compromiso y
acción) y a los temibles “bloqueadores”,
principal escollo del proceso del cambio, al mostrar mucho compromiso y acción
en el mantenimiento del statu quo. A
todos se les presupone una mayor o menor resistencia al cambio pero una actitud
sincera, acorde con sus intereses y congruente con sus aspiraciones.
Sin embargo, rizando el rizo, quiero aprovechar este
espacio para alertar de dos grandes peligros en el proceso y liderazgo de
algunos gestores: la impostura y el postureo, que si bien son distintos
tienen una base común, la insinceridad.
La RAE define impostura como “fingimiento o engaño con apariencia de
verdad”. El término postureo [iii]es
un neologismo acuñado recientemente y usado especialmente en el contexto de la
redes sociales y las nuevas tecnologías, para expresar formas de comportamiento
y de pose, más por imagen o por las apariencias que por una verdadera
motivación. No tiene todavía registro en los diccionarios, pero su uso está muy
extendido.
¿Quién no recuerda la famosa frase del gatopardismo (ya comentado en alguna otra entrada del blog) “si queremos que todo siga como está,
es necesario que todo cambie”?¿Y las amplias expectativas defraudadas en 1982 por
la primera mayoría absoluta socialista que se ganó con el slogan “por el cambio”?¿Quienes son responsables de la pasividad
política del país sino unos líderes que han mentido continuamente y han incumplido
legislatura tras legislatura sus promesas electorales? Todo impostura. Sin
autenticidad, sinceridad y coherencia personales no puede haber cambio.
Por otra parte, ¿puede el postureo, el mundo exclusivo de
la imagen, de los “me gusta” en Facebook, del buenismo irresponsable, de la
falta de compromiso y del narcisismo impenitente liderar alguna transformación
de calado que no sea únicamente maquillaje y fuegos artificiales? Me temo que
tampoco.
En este mundo de descreídos, el cambio sólo puede
contagiarse a través del ejemplo, de los líderes carismáticos que hacen de su
vida una obra de arte plena de compromiso y abnegación. De vidas coherentes y
personas que hacen lo que dicen y dicen lo que piensan, aunque a veces se
equivoquen y tengan que rectificar.
Seguiremos a la espera pidiendo “serenidad para aceptar
todo aquello que no podemos cambiar, fortaleza para cambiar lo que sí podemos y
sabiduría para entender la diferencia”, tal como se recita en las sesiones de
Alcohólicos Anónimos, evocando la “plegaria de la serenidad” que compuso el
politólogo y teólogo norteamericano Karl Paul Reinhold Niebuhr en 1943.
Resistencia al cambio... no han parado de repetirse esas palabras en mi mente. Un desarrollo muy interesante y crítico. Gracias por la reflexión y el desarrollo narrativo, haces de las entradas unos relatos muy enriquecedores.
ResponderEliminarGracias Miguel Ángel por inspirarnos e ilustrarnos.
ResponderEliminarGenial título, curioso el uso de algunos términos (como el de postureo) y totalmente de acuerdo contigo en que el uso y abuso desgastan el sentido de palabras tan importantes como CAMBIO.
Felicidades!
"Serenidad para aceptar todo aquello que no podemos cambiar, fortaleza para cambiar lo que sí podemos y sabiduría para entender la diferencia”.............AMÉN COMPAÑERO.
ResponderEliminarGracias.